¿Es la enfermería invisible? Corría el año 2020 cuando escribía...

En las últimas fechas hemos visto resurgir el lema #EnfermeríaVisible. Recuperando el protagonismo perdido, tal vez, desde la famosa foto de la paciente recuperada de ébola rodeada del equipo sanitario, ¿equipo sanitario?

No del todo, no aparecía ninguna enfermera en aquella ocasión, como en tantas otras. Y es que esto de aparecer en la foto va más allá de narcisismos, egos y quítate tú para ponerme yo. Implica visibilidad, reconocimiento profesional y presencia mediática con impacto en la opinión pública.

Gracias a iniciativas como: los libros de Enfermera Saturada, el juego de cartas “La última enfermera”, el libro “Enfermeras invisibles”, el premio “Mujeres de Europa” o el cómic de Marvel “The True Nurse Stories”… la narrativa enfermera está ocupando un espacio, su propio espacio. Contando sus historias, reconstituyendo a sus referentes, creando redes de sororidad y trasladando a la comunidad qué somos, qué hacemos, cuál es nuestro lugar y reclamando nuestra presencia a todos los niveles.

Pero… ¿Es realmente invisible la enfermería?  Cuesta pensar que una profesión que se caracteriza por la omnipresencia 24 horas, los 7 días de la semana, los 365 días del año tenga que reclamar su “visibilidad”. Tal vez, ¿podría suceder como con el agua o el aire que respiramos? Es decir, abrimos el grifo y sale agua. A cada paso que damos tenemos aire a libre disposición. Y, ¿cuándo ponemos en valor este tipo de cuestiones? Cuando carecemos de ellas. En el momento que no sale agua del grifo o cuando el aire del ambiente se hace irrespirable o “nos falta el aire” la sensación de disconfort y agobio hace patente la necesidad que tenemos de aquello que damos por hecho nunca nos va a faltar.

Análogamente, es rara la ocasión que una enfermera no entra en la habitación tres o cuatro veces por tuno. Y, además, en caso de ser necesario, hay un timbre para llamar y como mínimo sabes que te atenderán por el interfono. Y entonces, ¿Cuándo faltan las enfermeras? Por ejemplo, imaginemos que la enfermería convoca una huelga y… ¡ah! Claro el compromiso ético profesional y los servicios mínimos (en ocasiones iguales que los cotidianos) no permite que se “perciba” esa ausencia. Pero es torticero comparar el agua y el aire con las enfermeras, los primeros son elementos y las segundas, personas. No hay comparación posible, o ¿tal vez sí?

Y si lo que es invisible son los cuidados. Algunos me dirán; ¡oiga! No falte a la razón. Cuidar es de lo más terrenal y tangible que se puede hacer. Sí, desde luego que tomar constantes, hacer una cura, valorar el dolor… bueno, sobre lo tangible del dolor hablaremos en otra ocasión. Pero, en definitiva, los cuidados se prestan tanto de forma presencial como en ausencia. Saber que hay una profesional del cuidado pendiente de ti durante todo el rato aunque no lo veas, hace que se dispongan las condiciones necesarias a las personas para que puedan recuperar su salud, estar tranquilas y cubrir todas sus necesidades.

La enfermera contempla al ser humano de forma holística a través de sus esferas biológicas, psicológicas y sociales (y espirituales, morales...). Podríamos decir, casi, de forma omnisciente. Así que el cuidado se ejerce con omnipresencia y omnisciencia. Atributos compartidos con Dios. ¡Ojo! Nada más allá de mi intención convertir esta reflexión en un delirio de corporativismo megalomaníaco. No obstante, siendo 2020 el año de las enfermeras y las matronas, permitámonos jugar por un momento.

Y si lo que es invisible es el cuidado. Es decir, el objeto de nuestra profesión es cuidar, y éste tiene atributos compartidos con Dios, en cierto modo también invisible a los ojos humanos. Benedicto XVI tituló su última encíclica “Deus Caritas Est” (Dios es Amor) y a lo largo de la historia el cuidado ha estado íntimamente ligado a la caridad, la beneficencia y la compasión. Por largas épocas llevadas a cabo por instituciones religiosas.

Por ello, me planteo si confundimos la invisibilidad del cuidado con la de los profesionales del cuidar. O si la naturaleza misma del cuidar lleva de suyo la intangibilidad de dicha actividad. Lo que pudiese acabar repercutiendo en la forma en que nos comportamos e impactamos en la sociedad, que culmina con la  conocida como “Invisibilidad de la Enfermería”.

Debemos ser conscientes de la sociedad falo céntrica, hetero patriarcal o lesbo comunista (las dos caras de la misma moneda) y mercantilizada en la que vivimos. Dónde el cuidado revienta las costuras de los principios básicos del sistema. Esos que se asumen de manera preconsciente. El cuidado diluye todo. Como la lejía. Y lo que queda es humanidad. La humanidad desnuda en toda su expresión. Que en el fondo no es otra que la de cuidarse, a uno mismo y a sus semejantes.

Para terminar de argumentar en favor del cuidado como un insondable misterio a caballo entre el mundo de lo tangible y el de las esencias, recurriré al ejemplo de las fragancias. Nadie niega los olores. Y los aromas están presentes de forma inequívoca. Si bien es cierto que cada uno lo percibe de una manera y no se ven, no se oyen ni se tocan. Probablemente, el sentido del olfato para muchas cuestiones nos conecte con nuestra parte más esencial, entendida esta ya sea como característica capital de nuestro Ser o como una esencia de fragancia.

Heidegger dedicó un capítulo propio al cuidado.  No pretendo, ni conseguiría explicar, ni entender aquí al bueno de Martin Heidegger. Sin embargo, me parece significativo que dentro del análisis existencialista del ser humano que hace, incluya al cuidado como elemento fundamental de la existencia humana. Recomiendo para profundizar en el tema la lectura del siguiente artículo, del que extraigo la cita:

“El filósofo conceptualiza a la persona a través del existencialismo, conocimiento de la realidad en las experiencias. Siendo, el cuidado, el Sorge, la manera en la que el ser humano se expresa en el mundo, el resultado de cómo nos cuidamos, en el pasado, representado en el presente.

Por todos es sabido, sirva esto como enlace con el objetivo del presente artículo, que un buen estado de Salud es el resultado de un buen cuidado”.

Ramírez-Pérez, M., Cárdenas-Jiménez, M., & Rodríguez-Jiménez, S. (2015). El Dasein de los cuidados desde la fenomenología hermenéutica de Martín Heidegger. Enfermería universitaria12(3), 144-151.

En definitiva, debemos repensar la forma de visibilizarnos. Recuperando la comparación entre el Cuidado y Dios. Si pensamos de qué forma la Iglesia se ha perpetuado en la historia. Tal vez, podamos cómo lo llaman ahora hacer “benchmarking”, en dos palabras; comparar y copiar como toda la vida a quien lo hace mejor que nosotros.

Por ello, además de seguir presentes incluso en nuestra ausencia. ¿Podríamos proclamarnos sacerdotisas del cuidado? Ya se nos llena la boca diciendo que somos las profesionales del cuidado basado en la evidencia y el conocimiento científico. Tal vez, debamos revisar la historia para recuperar los rituales que estén presididos por enfermeras, oficiar los “sacramentos”, establecer “parroquias” que sean redes comunitarias de cuidados, organizar “conventos” de sororidad. Al igual que Dios tiene a sus pontífices (constructores de puentes etimológicamente), las enfermeras debamos construir puentes con la sociedad a todos los niveles. Liderar movimientos sociales, dirigir instituciones, participar de los debates, gestionar presupuestos, ocupar nuestra cuota de pantalla y sobre todo seguir al lado de quienes lo necesitan. Eso sí, todo ello, desde una perspectiva del cuidado o caeremos bajo la misma dinámica paternalista, belicista y revanchista que ha sustentado la historia de la humanidad.

El mundo actual requiere de una respuesta humanista, ecológica, sistémica, solidaria y libre. Todo ello nos lo ofrece el cuidado. No desaprovechemos la ocasión.

Y sin olvidar que, debemos cuidarnos para seguir cuidando. Parafraseando el título de una película con Victoria Abril de protagonista y combinándolo con el tema de Michael Jackson como banda sonora: “Nadie cuidará de nosotras  cuando hayamos muerto” 



¡Feliz Navidad!

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