jueves, 2 de julio de 2009

La muerte no es el final...

Últimamente, hace un par de años, asisto cada vez con mayor serenidad y paz a los velatorios y entierros de personas que conozco mucho o poco.

Es en éstos casos, (los fallecimientos) es cuando pienso que la fe tiene una de sus mayores virtudes al proporcionar "consuelo", o al proporcionar una serie de sentimientos que, al menos a mí, me ayudan a afrontar dichos momentos con menor angustia, pena...

Entiendo por supuesto, que son momentos que hemos calificado de tristes, amargos, dolorosos...pero si ahondamos un poco más allá de la superficie podemos empezar a encontrar ideas del tipo: la muerte no es el final. No es el final porque si se cree en una vida ultratumba, no es más que una transición, pero no sólo con eso, si además creemos que es una vida mejor, que nuestra verdadera identidad se ha liberado de el traje de carne y hueso que nos han prestado, que nuestra alma tendrá paz y armonía eterna, que pasaremos a conformar parte del cosmos universal como una pieza más del puzzle sideral... es decir, si adherimos nuestro pensamiento a cualquiera de las opciones que a lo largo de la historia y de las culturas se han ofrecido para responder la pregunta ¿qué será de nosotros cuando muramos? encontramos respuestas alentadoras.

Tal vez en nuestro contexto actual, dónde prima el materialismo, y lo que no se ve o no se toca, casi no vale para nada, que enjuiciamos por lo que tenemos más que por lo que somos, que nos hemos creado la necesidad del sentimiento de propiedad hasta el punto de creernos en propiedad de la vida de las personas que nos rodean... Con ideas de éste tipo en la cabeza, no me extraña que el sentimiento "irracional-primitivo" que nos surja sea de honda tristeza, porque nos sentimos impotentes ante el rapto de algo que considerábamos nuestro y que por mucho dinero que pongamos en la mesa, no vamos a poder recuperar, el sentimiento de impotencia, rabia, tristeza, duelo en definitiva es lo que cabe esperar si no dejamos espacio para una reflexión y creencias en algo más allá de lo que es nuestro mundo terrenal.

Aparte me planteo la objección que no es lo mismo hablar de una muerte ocurrida de manera repentina, violenta, brusca o la que nos ha llegado como rompe el mar en calma en la orilla de la playa, entiendo también que la situación que nos rodeé influya en el ánimo para afrontarlo, pero aún y con ésas, tener en mente que lo mejor está por llegar.

De unos cincuenta años o cien para esta parte, venimos secularizando la vida, con todo lo positivo que ello trae, entre otras cosas por la convivencia globalizada dónde nos encontramos. Pero por otra parte me parece ingenuo e inoportuno negar en rotundo planteamientos que nos han acompañado desde siempre y lo que es peor creernos en la seguridad o supremacía del pensamiento, disfrutando de nuestra autocomplacencia antropocéntrica.

No quiero situarme en la postura del escéptico, ni la determinista, ni la religiosa o mística; simplemente plantear la duda sin hacer de la duda el centro de mi argumento, en todo caso la reflexión e intento de aprehensión del mundo.

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