A modo de introducción comenzaré por definir brevemente qué es la igualdad. Recurro en primera instancia a nuestra querida Real Academia Española, que desde antiguo se dice que “fija, limpia y da esplendor”. Me encuentro y elijo la primera acepción que dice así: “Conformidad de algo con otra cosa en naturaleza, forma, calidad o cantidad.” Si pongo por premisa en el razonamiento mencionada definición, siendo estricta me pregunto si el hombre y la mujer son recíprocamente conformes en naturaleza, forma, calidad o cantidad. Sin entrar en profundos debates metafísicos y excepciones que hagan cumplir la regla, creo que la gran mayoría de los mortales convendrá conmigo, que en ninguno de los casos, mujer y hombre (y viceversa) son iguales en naturaleza, forma, calidad o cantidad.
Quiero decir que, sin ser en exceso exigentes o estrictos, parece de sentido común afirmar, como decía el filósofo Gustavo Bueno, que resulta falaz afirmar que hombre y mujer son iguales, pues salta a la vista las múltiples diferencias que nos separan o unen, según cada caso.
Larga mención aparte merecería reflexionar acerca de la igualdad en derechos, oportunidades o proclamar la igualdad de todas las personas sin distinción de raza, sexo o credo.
Pero una vez aclarada la cuestión terminológica que quería usar para introducir el motivo de mi alegato, confesaré que fue el título del certamen, lo que me inspiró para encontrar el camino a recorrer. puesto que anima a participar bajo la temática “la igualdad entre el hombre y la mujer”, efectivamente de acuerdo con mis principios, en ningún momento afirma que mujer y hombre sean iguales, sino que la clave la sitúo en la palabra “entre”, porque nunca mejor dicho que es entre ambos, dónde reside la igualdad.
Me explico, la igualdad, en contra de lo que habitualmente creemos, no es, simplemente, la correspondencia entre dos cifras matemáticas, o el resultado de equiparar una balanza, en ocasiones las teorías de la justicia proclaman que para ser justos, hay que dar más al que menos tiene, porque en caso contrario nunca se deshace la desigualdad, sino que se acrecentaría la diferencia y la injusticia no sería resuelta.
La igualdad en el caso que me compete, es un lugar dónde convivir en armonía, dónde mujer y hombre sean capaces de crecer juntos, que sean capaces de comprender y aprehender cada uno la realidad tan diferente que tiene enfrente, y en vez de luchar o intentar cambiar la opinión del contrario, intentar encontrar un marco o espacio de concordia, de consenso; dónde la tolerancia, el entendimiento, la comprensión sea mutua y recíproca; es ahí y no en otro lugar, dónde encontramos la igualdad.
Señoras y señores, la igualdad efectivamente se encuentra a mitad de camino entre la mujer y el hombre, al estar a mitad de camino, ninguna de las dos partes debe permanecer impasible ante los estímulos, no debemos dejarnos al pairo de la mar Océana, sino ir en búsqueda de la nueva Ítaca, que no es otra que nuevos modelos de racionalidad y emotividad que ofrezcan respuestas y a los interrogantes que nos plantea la actualidad.
En definitiva, desde la diferencia debemos ser capaces de empatizar, de realizar un ejercicio de hermenéutica por ambas partes, obteniendo como resultado la sana y afectiva comprensión mutua, que recibe a la diferencia con amor en vez de rechazo y parafraseando a Erich Fromm cuando describe lo que es para él, el amor: otorgar espacio al otro para que se realice en ti. Personalmente creo que en el símbolo del “taijitu”, representación del concepto oriental yin-yang, encontramos la expresión gráfica de la idea de complementariedad, como un continuo que formamos mujer y hombre, continuo que adquiere su máxima expresión física cuando dos cuerpos se consagran al amor.