A veces, la lluvia

 A veces… la lluvia. 

– ¿Sabes qué ocurre cuando llueve? – dijo con gesto burlón. 

– Eh… (ni siquiera di respuesta). 

– Que después para. – sentenció entre carcajadas. 

Corría el año 2009 cuando el hombre de pantalón ajado, mirada huidiza, pelo revuelto, postura encorvada y cómicos andares me dejó clavado en el sitio. Fue la bienvenida al Hospital Psiquiátrico Borda en Buenos Aires. Allá pase unos meses según el calendario. Varias vidas según mi diario. 

De vez en cuando, especialmente cuando nos “llueve” en la vida recuerdo la graciosa adivinanza de acogida. Cuando hay tensión en el ambiente la comparto con quienes me rodean. A veces sonríen, a veces se extrañan. Como la lluvia, que cae… a veces. Sonrío y les digo: “che, tranquilos, después para”. 

El turno de noche tiene sus dos caras de la moneda. El tan añorado silencio, la tranquilidad y el reposo versus las alarmantes emergencias, las preocupaciones y su consecuente insomnio. No obstante, la luna en su habitual hechizo crea una atmósfera propicia para el encuentro humano. 

En esta pandemia encontrar un espacio para el acompañamiento a través de la presencia se revela como una de las más gratificantes formas de cuidar. Y confieso que la compañía es mutua. 

Al final día tras día se convierte en nuestra rutina. Acompañar. Mi compañera me pidió que entrase yo a la habitación. Aquel paciente era peculiar. Sin problema, le dije. 

Entrando en la habitación, alcé la mirada y escuché: 

– ¿Sabes qué ocurre cuando llueve? 

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